¿Acaso no queremos ver venir al Hijo del hombre sobre las nubes del cielo con gran poder y majestad? ¿Acaso en medio de tanta duda, de tanta desorientación, del desconcierto provocado por los medios masivos de comunicación, no podemos alzar la vista al cielo para caer en la cuenta de nuestra grandeza? ¿Acaso no podemos mirar más allá de las pantallas de plasma, de los ordenadores personales, de los teléfonos táctiles? ¿Acaso no llevamos un fuego dentro, una pasión, un horizonte irrenunciable de justicia, de compasión para todos?
¿Acaso no sabemos leer los signos de los tiempos y de los lugares? ¿Acaso no comprendemos todos que una sociedad que consiente las desigualdades, las hambrunas, la guerra, es una sociedad fracasada?
Tal vez estemos de acuerdo que da vergüenza un sistema que trafica con las armas como el gran negocio, que especula con el grano de los pobres, que hace del planeta un hogar amenazado ecológicamente por intereses de las multinacionales, que ondea la bandera del consumo mientras quiere reducir a cenizas las banderas que ofrecen caminos alternativos. Un sistema que da la espalda a los refugiados, a los emigrantes, que levanta alambradas y blinda las fronteras no es ni legítimo ni de recibo. ¿Acaso tanta crueldad no nos sonroja? ¿Podemos quedarnos con la mirada triste, inmóviles los pies y los brazos cruzados?
Honestamente pienso que no. Frente a todo esto, ¿qué nos queda? La Palabra, eso nos queda, desnuda y sencilla, como espada afilada de doble filo, como medida para la igualdad, la justicia, el compromiso, el amor, la misericordia, la reconciliación, como antorcha que ilumina una nueva forma de hacer las cosas. Los marginados han de ocupar los primeros puestos y ser el centro, pues hasta ahora siguen relegados en los márgenes de todas las historias.
Si, la Palabra nos queda, eso nos queda: desnuda, sencilla, digna. El cielo y la tierra pasarán, pero ella, que nos alimenta y fortalece, no pasará. Ojalá nos dejemos guiar por su luz para que no veamos nuestras expectativas derrotadas antes de tiempo, zarandeadas, a la deriva, para que nunca dejemos de caminar.
“En el principio ya existía la Palabra, (…) En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres” (Del prólogo del evangelio de Juan)
Desde Vélez de Benaudalla un abrazo. Paco Bautista, sma.

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